30.9.05

La verdad sobre el incendio del Reichstag

No cabe duda de que desde el 11-S ha aumentado el acto en actos patrocinados por el Estado. Preferiría invertir mi tiempo en otras cosas. Ninguno de nosotros quiere perder su tiempo con el elemento criminal, demencial, en la sociedad. Toda decisión de ignorar su actuación, sin embargo, es peligrosa, como cuando se deja que trapos secos se acumulen en una habitación donde hay una pérdida de aceite.

El mejor enfoque es minimizar el riesgo y protegerse contra la amenaza de incendio. Cualquiera persona sensata se tomaría el tiempo necesario para proteger los trapos, aunque sea una tarea desagradable. Que un imbécil deje las cosas para más tarde, y los resultados pueden ser fatales. Por extraño que parezca, ha habido imbéciles semejantes en este mundo, tiene que haber de todas clases para producir el tipo de acontecimientos que se nos hace sufrir.

Si, por ejemplo, no hubiera sólo trapos secos y aceite juntos en el mismo espacio, sino un pirómano que anda por allí, tendría que haber un imbécil perfecto para que ignore las posibilidades. Imbéciles semejantes han jugado un papel muy importante en este escenario conocido como el Planeta Tierra, y lamentablemente han tenido algunos de los roles principales.

Tomemos, por ejemplo el Tercer Reich. Cuando un joven huyó de Austria para escapar del servicio militar, fue a Baviera, donde, irónicamente, terminó en el ejército. En esa institución encontró su lugar como sirviendo te a los oficiales, un trabajo que realizó a la perfección. Tan bien, en realidad, que le ofrecieron un ascenso al rango de sargento. Como esto significaba que lo mandarían al frente, prefirió seguir siendo cabo; lo que, de por sí, tampoco le garantizó una seguridad total. A veces, cuando los combates se acercaban, el servil cabo se enfermaba, ahorrándose así la desagradable necesidad de tener que enfrentar al enemigo.

Años después, se convirtió en un criminal en Alemania, lo enviaron a una penitenciaria por haber causado problemas. Allí escribió un montón de estupideces sobre sí mismos, y sus fanáticos partidarios, a fin de popularizarlo, inventaron la historia de que había combatido realmente en el frente. En este cuento, el joven cabo no sólo combatió, sino que se infiltró detrás de las líneas enemigas y por sí solo obligó a una docena de soldados franceses a someterse. Al llevarlos de vuelta a las líneas alemanas, se convirtió supuestamente en un héroe, y le otorgaron la Cruz de Hierro.

El problema con el cuento es que nunca ocurrió. Los oficiales que conocieron al hombre en sus días de soldados se rieron. La gente sensata podría haber escuchado en ese preciso momento la voz de sus mayores, de soldados más experimentados, pero no, les habían hecho tragar una fantasía, y querían creerla. En caso de que no lo hicieran, los oficiales que conocían la realidad fueron asesinados para que no hubiera disenso. Obviamente, no apoyaban el plan, así que terminaron como “daño colateral”.

Una vez que se salió con la suya, el cabo cobarde contó más y más mentiras, y al hacerlo, lo adoraron literalmente. Tanto que cuando su partido incendió el edificio del Reichstag [parlamento alemán, N. del T.] en la noche del 27 de febrero de 1933, nadie cuestionó las mentiras difundidas por su partido. Sin oposición, Adolf Hitler y sus idiotas se apoderaron de Alemania, la secuestraron, la azotaron y la violaron hasta la muerte. Los imbéciles estaban de moda, y no un sabio cuestionamiento de la historia del incendio del Reichstag. En realidad, muchísima gente fue detenida esa misma noche, incluso antes de que se despejara el humo. Entre ellos se encontraba Hans Litten, abogado por los derechos cívicos que era odiado por el cabo ascendido. Litten había colocado a Hitler en el estrado como testigo en 1937 y había denunciado la ideología del partido nazi en un famoso caso. Litten, como fiscal público, pudo enviar a la cárcel a una serie de peligrosos criminales. Hitler no lo olvidó.

Litten pasó el resto de su vida en cárceles y campos de concentración, y terminó en el infame Dachau. Su voluntad resistió la prueba, y fue una espina clavada en el cuerpo de los dementes derechistas. No sólo él, su madre Irmgard Litten, también fue una espina. Incansablemente presentó peticiones a favor de su hijo, y en un punto logró la atención de la mujer de Hermann Goering, que trató sin éxito de ayudar a Litten. Algunos incluso trataron de interceder ante el propio Hitler. El caso de Litten fue un escándalo internacional, y atrajo atención a las atrocidades cometidas en las cárceles nazis, donde muchos fueron internados durante años sin juicio. Los británicos simpatizaban especialmente con la tragedia, y Lord Allen de Hartwood escribió una petición a Ribbentrop, el ministro de exteriores alemán, para solicitar su liberación.

Cuando Litten terminó por morir, torturado y enfermo, su madre tomó una acción final: escribió un libro intitulado “Una madre lucha contra Hitler”, un editor francés lo hizo imprimir en 1939, sólo para que los nazis lo quemaran. Los británicos continuaron preocupándose por los abusos de los derechos humanos cometidos por sus “primos” y así hicieron que se escuchara la historia de la madre: la traducción inglesa apareció en 1940, y fue reeditada algunas veces por la demanda.

La historia de la madre hizo mucho por despertar a los británicos a lo que estaba sucediendo. En ella, hace notas exactas sobre numerosas personalidades nazis, dando al mundo una información exclusiva muy necesaria. Una cosa que señaló fue que Goering había sido responsable por el incendio del Reichstag (p. 112, 1ª edición inglesa)

No fue la primera vez que se hizo esa afirmación. Ya fue hecha en realidad en 1933, cuando los alemanes que comprendieron lo que estaba sucediendo huyeron a Suiza e informaron a Willi Münzenberg, que compiló el Libro Marrón sobre el Incendio del Reichstag y el Terror de Hitler. Al mismo tiempo, la Comisión Legal del Comité Internacional de Investigación llegó a opinión de que había sido crimen desde adentro.

Esta realidad fue ignorada por la población en general; sólo cuando el mundo estuvo en llamas, comprendieron que algo andaba mal. El hecho de que el incendio del Reichstag fue un crimen desde adentro fue comprendido demasiado tarde, pero, por embarazoso que haya sido, siguió habiendo idiotas que trataron de revisar la historia y negarla. En los años sesenta, Fritz Tobias, un oficial de inteligencia trató de culpar a Marinus van der Lubbe, tal como lo hicieron los nazis en los años treinta.

La revisión de la historia de Tobias podría seguir vigente, si no fuera por los hechos. Para los que se interesen por esos hechos, pueden encontrarse en un libro bastante reciente intitulado “Der Reichstagbrand: Wie Geschichte gemacht wird”. Esta obra, publicada irónicamente en 2001, poco antes del 11-S, aclara las cosas. En ella, Alexander Bahar y Wilfried Kugel muestran que no sólo hubo una falta de evidencia para substanciar las afirmaciones nazis de que van der Lubbe y los Comunistas realizaron el incendio, sino que muestran concluyentemente que fue, como nos dijo la Sra. Litten en 1939, Goering el que fue el responsable; o una de las personas responsables. Nos dan antecedentes precisos sobre el testimonio de un nazi llamado Adolf Rall, cuyo testimonio en 1933 dio al mundo una idea de primera mano de los momentos antes del evento. Rall había declarado que él vio personalmente a miembros de su unidad de la SA que llevaban líquidos explosivos al edificio en los pasajes subterráneos que conectaban el edificio del Reichstag con los departamentos gubernamentales en los que vivía Goering.

Los testimonios del Juicio de Crímenes de Guerra de Nuremberg en 1946 confirmaron esto, y mencionan a otro importante nazi, Josef Goebbels, como el principal arquitecto del crimen. Hans Bernd Gisevius, que trabajó como abogado para la policía política en 1933, declaró ante el tribunal:

Fue Goebbels el que tuvo primero la idea de incendiar el Reichstag. Goebbels lo discutió con el líder de la brigada de la SA en Berlín, Karl Ernst, e hizo sugerencias detalladas sobre cómo proceder para provocar el incendio. Se seleccionó una cierta tintura conocida por todo pirotécnico. Es pulverizada sobre un objeto y luego se inflama después de un cierto tiempo, horas o minutos. Para entrar el edificio del Reichstag, necesitaban el pasaje que lleva del palacio del presidente del Reichstag al edificio de este último. Se formó una unidad de diez hombres de confianza de la SA y entonces se informó a Goering de todos los detalles del plan, de manera que no estuvo, por coincidencia, presentando un discurso electoral la noche del incendio, sino permaneció en su escritorio en el Ministerio del Interior a hora tan tardía… Desde el inicio la intención fue echar la culpa por el crimen a los comunistas y se instruyó correspondientemente a los diez hombres de la SA que realizarían el crimen.

Esos diez hombres fueron posteriormente asesinados para asegurar que se mantuviera silencio, en el putsch de Röhm del 30 de junio de 1934, con la excepción de su jefe, Hans Georg Gewehr.

Nadie quería que alguien pusiera en duda a Hitler y su ‘patriotismo’. Se aprobaron leyes que aseguraron que así fuera, con severos castigos por expresar opiniones; definitivamente, los nazis no querían escuchar “infamantes teorías conspirativas”. Cuando los nazis utilizaron otra mentira en 1939 para pretender que el Reich había sido atacado por soldados polacos, el pueblo se la tragó. Pero en esos días, muchos de los que se habían pronunciado en su contra, ya estaban muertos. Los imbéciles ejercían un poder supremo, y la voz ocasional de la razón, como la que provino de la Rosa Blanca en 1943, fue asfixiada. Los estudiantes que formaron esa sociedad y repartieron panfletos diciéndole a la gente que se librara de Hitler o que se expusiera a la vergüenza eterna, fueron ejecutados.

La psicología de ese episodio, y del conjunto del Tercer Reich, podría ser considerada partiendo de las palabras de Cristo a los discípulos cuando les dijo que aquellos que los perseguían pretenderían estar cumpliendo con la voluntad de Dios. Hitler, basó realmente sus ideas en esa misma vena.

En la actualidad, escuchamos los mismos contrasentidos, la misma blasfemia, de otro ex militar que de alguna manera no fue enviado al frente cuando había una guerra. En realidad, el actual idiota ni siquiera cumplió con todo su servicio militar, pero esos archivos desaparecieron misteriosamente del Pentágono, igual que lo que hizo Hitler cuando comenzaron a investigar la historia de su “Cruz de Hierro”.

Pero el imbécil en Washington está perfectamente dispuesto a enviar a otros a la muerte, y a encarcelar a la gente tal como lo hizo Hitler, sin recurso a un abogado y sin acusaciones formales. Un joven que envió a la muerte también tuvo una madre valerosa, y hoy en día, se repite la historia en la forma de Cindy Sheehan: una madre lucha contra Bush. Aunque su hijo, Casey Sheehan, no fue elegido personalmente por Bush por algún acto pasado, murió por Bush… y por Cheney, Rice, Perle, Rumsfeld y muchos otros que ni siquiera se han puesto un uniforme. Idiotas que no fueron a la guerra. Hablando de la historia más reciente, ¿dónde estuvo alguno de ellos cuando el huracán Katrina destruyó las viviendas de un millón de personas? Rice estaba comprando zapatos caros en Nueva York, riendo y pasándolo bien en shows hasta el punto que un ciudadano la recriminó. Cheney estaba haciendo pesca con mosca mientras las aguas ahogaban a los coontribuyentes que pagan su salario.

Menos mal, entonces, que Sheehan no haya perdonado a este demente y su cohorte. Podrán hacer caso omiso de ella como Goering, Ribbentrop e Hitler hicieron con Irmgard Litten en los años treinta, pero no escaparán.

¿Cómo se irán, y cuándo se irán? El Tercer Reich estuvo doce años en el poder; ¿estamos condenados a aguantar siete años más de estupideces de esta pandilla? ¿Terminaremos también en la pobreza y la aniquilación antes de que despertemos de la estupidez de dejar que los trapos se mojen en aceite?

Ojalá no sea así: pero si no, tendremos que dejar de escuchar a los guardabarreras y a la prensa prostituida que trata de ignorar los hechos. Los flojos entre nosotros que se ganan fácilmente la vida transmitiendo anuncios oficiales del Pentágono no pueden correr simplemente un velo sobre el calentamiento global, el 11-S, las cartas con ántrax, y otros temas. Ellos, como los periodistas que encubrían a los nazis, son imbéciles. Es cierto, gozan actualmente de una remuneración y de un cierto respeto por sus opiniones, pero las opiniones se marchitan a la luz de los hechos.

Los hechos nos liberarán; nos liberarán para que desarrollemos energía, libres para que implementemos procedimientos de administración de emergencias adecuados y libres para arrestar a personas como Robert MacNamara que ayudó a algunos locos en EE.UU. para que se les ocurriera su propio incendio del Reichstag a comienzos de los años sesenta: la Operación Northwoods, el plan de utilizar el falso secuestro de aviones civiles de EE.UU. y otros actos de terror patrocinado por el Estado para causar un golpe derechista en EE.UU. era tan morboso que tuvo que ser ocultado a la vista durante cuarenta años; cuando la mayor parte de los perpetradores habían muerto. MacNamara sigue en vida, y es un milagro que no haya sido arrestado. Su presencia es tolerada fácilmente por los imbéciles que no se preocupan por el pirómano que está cerca de los trapos secos. Ellos, como él, y como los nazis que fueron engañados, o más bien prefirieron cerrar los ojos ante la verdad sobre Goering, merecen que los azoten. Que los cuerdos e inteligentes hagan su labor.

De otra manera, tendremos más falsas operaciones terroristas, realizados por elementos delincuentes del gobierno que ganan dinero vendiéndonos armas y artefactos de seguridad. No necesitamos un mundo repleto de bombas de fragmentación y microchips, que EE.UU. desarrolla para insertarlos bajo la piel de la gente. A uno de sus jefes de policía Jack Schmidig, de Bergen County, Nueva Jersey, le colocaron recientemente un chip y afirmó que todos los estadounidenses lo necesitarían para comprar o vender. Y sí, contiene un código 666. Un paso más allá de los nazis, que sólo hacían tatuajes con su número de identidad a los prisioneros.

Bienvenidos al Kampo Amerika. Solía haber una Constitución y algunos derechos básicos; ahora, cállate y deja que FEMA decida sobre tu vida, deja que el gobierno tome tu propiedad, deja que la policía te ponga un chip bajo la piel. Y no te atrevas a preguntar quién cometió realmente el 11-S. Es un gran no-no, incluso si estuviste allí ese día y sabes lo que sucedió en realidad. William Rodríguez, que proclamado héroe nacional por su sentido común y su valentía en ese día, pasó años diciéndole al Congreso lo que realmente ocurrió, confiando al principio en que escucharían. Sólo después de ver de primera mano el encubrimiento conocido como la Comisión 11-S, se dio cuenta de lo que estaba sucediendo. Ahora expresa su opinión. ¿Pero le escucharán?

Por cierto lo posaron bien en los años treinta. Y los que lo hicieron son culpables de pecados: si no de comisión, pero sí de omisión. Es verdad, muchos eran miembros destacados de la comunidad, algunos eran clérigos, otros eran obispos; pero sus posiciones, sus sacerdocios, sus obispados, fueron en vano, porque no protestaron. Prefirieron la comodidad. No fueron “teóricos de la conspiración”. Fueron imbéciles.

Los imbéciles siguen ocupando el escenario. Los imbéciles no dicen que consumamos más petróleo, los imbéciles nos exhortan a enviar a nuestros hijos a la muerte, los imbéciles entrenan a nuestras hijas para que cometan actos indecentes bajo la cobertura de un campo de prisioneros. Los imbéciles creen de verdad que un avión dio en el Pentágono, la prensa importante se los dijo, y creen cada palabra en la prensa importante, incluso si la prensa importante es de propiedad de gente como Sun Myung Moon (Washington Times), Conrad Black (Telegraph), o descendientes del ardiente partidario de los nazis, el vizconde Rothermere (Daily Mail). Ni hablar de docenas de otros periódicos y fuentes noticiosas que tienen a mentirosos, pedófilos y belicistas en sus filas. Si alguna falsedad lleva la marca de semejantes autoridades, los imbéciles la creen. No la cuestionan, la intuición yace muerta en sus almas. Los hechos son ignorados, no interesa el testimonio presencial. Esperan que un Moon o un Rothermere les digan qué creer, igual que los nazis permitieron que Hitler castrara la prensa y luego le creyeron al toro mutilado.

Litten, en su libro, menciona días en los que algunos alemanes de buena voluntad realmente creyeron la propaganda, y provoca lágrimas en los ojos y risa en los labios. Una joven guardia que era en realidad una joven muy gentil, y que se esforzó por escoltarla a Dachau y por lograr que pasara más tiempo con su hijo en aquel entonces moribundo, le dijo con toda simplicidad que Dachau era un buen sitio, que un profesor al que le habían ofrecido un buen trabajo en ultramar, lo había rechazado porque se sentía tan bien en el campo de concentración, que no podía abandonarlo. Frau Litten lo sabía mejor, ya que conocía el caso del profesor en cuestión. Sin duda, la joven nazi había leído esa historia increíble en algún periódico. Hay muchos periodistas en la actualidad que podrían haber escrito esa historia. Una conversación personal que tuve con una terminó cuando me gritó que los estadounidenses deberían atacar con armas nucleares al mundo árabe y entregar su petróleo a Israel. Por desgracia, escribe para el Independent y The Times, así que igual podría estar contándonos lo bien que lo están pasando los prisioneros en el Campo Rayos X y que desean quedarse lo más posible. Lo que podría ser bastante largo, en realidad, ya ha sido demasiado largo. ¿Por qué no los acusan de algo o los liberan?

Porque demasiada gente, un montón de ellos gente respetable, es demasiado cómoda. Pero esa comodidad es sólo pasajera. El volcán entra en erupción, la tormenta azota la costa. En realidad, esta última metáfora se hace realidad mientras escribo. Y seguirá siendo así, ya que toda esta tontería no pasará sin castigo.

Yo, como muchos alemanes que huyeron de Hitler, escapé de EE.UU. antes de que Bush llegara al poder. Huyeron a otros sitios. Suiza podría haber sido una alternativa adecuada, ya que allí un pariente escribió un análisis de Hitler y sus hombres. Raymond de Saussure, en aquel entonces jefe de la Conferencia Psiquiátrica Europea, vio lo que se venía y dio la voz de alarma. Primero lo consideraron algo excéntrico, pero, a medida que sus notas probaron ser correctas, fue escuchado. El Reino Unido envió sus servicios de inteligencia a Ginebra para sacarlo en caso de que los nazis invadieran, y tomó en cuenta sus notas cuando combatió al Tercer Reich. De Saussure continuó a Nueva York, y tuvo la satisfacción de su vida al vivir la derrota de los nazis. Su sobrino, Victor de Saussure, sin embargo, no tuvo tanta suerte, ya que murió en un campo de concentración, posiblemente por su ascendencia judía en esa rama de la familia.

Como mi pariente, también hice extensivas notas sobre las personalidades involucradas en este último golpe. Retorcidos y morbosos son las mejores palabras para describir a Bush y su pandilla. Ladrones, borrachos, acosadores de niños; cómo llegaron al poder es un cierto misterio. Tal vez sea un error culpar al pueblo estadounidense por elegirlos; en realidad existe toda una evidencia que muestra que precisamente ése no fue el caso. De nuevo, existe un paralelo con el Tercer Reich, que no tuvo una mayoría, pero que, mediante el arresto de miembros de otros partidos, logró lo que no podía conseguir en una elección honesta.

La carga de saber lo que estaba ocurriendo me llevó a escribir un libro en 2003; quién sabe, pueda ser que alguien escuche. El libro trataba especialmente de los hechos que muestran que el 11-S y las amenazas del ántrax fueron crímenes cometidos desde el interior del sistema, pero en él también mencioné lo que ocurriría con EE.UU. Con una clara visión de los eventos, pasados y futuros, fui llevado a escribir que EE.UU. sería como un barco a la deriva entre tormentas hasta que se expulsara a Bush y su calaña, y que el país sería juzgado por Dios y considerado como un ejemplo para todas las naciones por haber utilizado a la iglesia para el abuso de niños (incluyendo actos cometidos por Bush y Cheney), y por su blasfema industria del entretenimiento.

Para algunos, ya es ahora de actuar, sacar esos trapos frívolos, detener a los pirómanos y limpiar la casa de arriba abajo. Significará que hay que tirar por la borda a Bush y sus imbéciles, significará comenzar de nuevo en muchos frentes, significará una genuina investigación del 11-S y de otros actos falsos de terrorismo, y significará un cambio en nuestras fuentes energéticas. Los cómodos podrán oponerse a estas acciones, como lo hicieron en el Tercer Reich. Pero habrá algunos que salgan y se desembaracen de los trapos, porque prefieren que no se queme la casa.

Kenyon Gibson
Traducido por Germán Leyens

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